viernes, 12 de diciembre de 2014

Insurgente Trailer

Y ahora llegan nuevas imágenes y el primer póster oficial de la segunda parte de esta saga y el trailer...


















 A mi gusto es el mejor libro de la trilogía  con mucha acción aunque veo en el trailer varias cosas que no recuerdo haber leído, tendré que releer antes del estreno.

Nuevas imágenes de 50 Shades...

Como ya lo había mencionado nos dan pequeñas probaditas de este esperado filme, nuveas imagenes de los personajes que rodean a Anastasia y Christian.




Taylor es mi personaje favorito, creo que el único que me gusta de la novela y solo por él espero ver esta película.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Cuento de Navidad para Incrédulos




Cuento de Navidad para Incrédulos

Hay muchos años atrapados en esta celosía. Lleva por dentro los detalles, las horas, los instantes precisos de todas las historias de todos los abuelos de la ribera oriental. Hoy, como de costumbre, se abre al mundo y los abalorios de la abuela flotan desadvertidos por las callejas y las gárgolas de aquel santuario en ruinas. Vacilan mucho las manos y la boca, pero siempre que se quiere un grito interno, abre la jaula y nos transforma en cuadros plásticos maquillados a la usanza de aquellas viejas consejas.

Te anaranjeaba la tarde el borde interior de los pómulos y sobre tus dientes se dibujaban las imágenes marinas repletas de estela y serena entrega. Todos recordamos la más dulce triquiñuela de nuestras mocedades; cada merced lleva la suya atada a las lágrimas en la noche de año nuevo. Cada tarantín de la calle retrotrae la mano tierna que roza a hurtadillas la piel de alguna muchacha, en medio de la multitud de nombres que dejan huella tras el pasar del tiempo. Yo siempre me ralentizaba cuando iba a tu encuentro, era el señor de los caramelos y vos montada en tu risa me dabas el asisito matinal de las frutas del mercado.
Aquí estás de nuevo -solía decirme- eres: diciembre. La página en blanco, un trago que fluye por ríos de gentes y secretos hermosos que se pasean por la plaza. Que maravillan el rostro bañado de aceites delineados en la majestuosidad de una mueca pícara por entre miles de ojos que destejen al tiempo. Pintores que añaden sonidos, a estos cuadros vivos de Rafael, en la pulcritud de su atardecer entre nosotros. Las gaitas, sus voces mágicas, Renato fabricando con sus dedos, todo el amor del poeta para acariciar la ciudad. El chino Jung que nos regala el silencio con la paz de su mirada. La tercera siesta, que es Bellorín en su asalto al salto y los bardos que recorren los sueños guiados por Blas, quien dispara al cielo versos que regresan en cometas furtivos sobre las paredes que se encienden como cuando amanece en tus ojos. Cada vez que llegas, me retrata profundo el ojo del tigre y tu beduina mirada como luna del desierto.

Si vos ahora queréis comprender por qué los incrédulos abundan en diciembre, podrás darte perfecta cuenta, que todo se debe precisamente a que los mercaderes no saben hacer otra cosa que vender para comprar tu alegría. Pero no creáis que en vano un pesebre es la luz del mundo; porque imagina por un momento que todo se hubiese desarrollado en un hotel cinco estrellas: como le pediría al que solo tiene esperanza que creyera en los milagros, si la última estrella que tenía para vender te la había guardado y, de tanto esperar por ti se murió. Por eso el angelito que me diste, todos los días me pregunta: A dónde se fue la dueña de mi imagen si vos te quedaste solamente con la soledad de mi espacio...A mí también me dolió, pero no te preocupes: Diciembre me dijo que este año me exoneraba del llanto, por lo tanto me das un abrazo y te devuelvo para siempre la alegría, que solamente una vez ensoñamos. Feliz navidad! Saboreo aún tus fresas y a estos incrédulos que nos miran.


Carta a la Navidad del 2025




CARTA A LA NAVIDAD DEL 2025
Querido abuelo Juan:
Espero que reciba esta carta antes del  31, pues mi intención es obvia, saludarlo y desear así mismo la mayor felicidad para este año entrante, el 2025. Siempre recuerdo cuando nos sentábamos al pie del dique de nuestra ciudad, a mirar la variedad de viejas latitas de gaseosa que flotaban en él. Hoy le comento, al pasar diariamente por el dique, solo veo las de Coca Cola y una que otra de su competencia, usted sabrá bien abuelo, sólo quedaron como dueñas del mercado la Pepsi y la Coca. A pesar de eso, las recuerdo con mucho cariño y cada una de esas letras me recuerdan a usted.

Quería también contarle, que gracias a mis estudios en Harvard y a mis tres idiomas obvios, he logrado conseguir un puesto de trabajo, y con un poco de esfuerzo supe encontrar mi ascenso a la jefatura y poder aplicar todo mi conocimiento en la materia. Gracias a esto, pude comprar una pequeña T.V que quedó muy bonita como centro de mesa, y otra mas importante para nuestro baño compartido con los vecinos del 14 "ab38", pues el ambiente se veía aburrido y es muy agradable ahora, tomar una ducha mientras uno se informa de algunos chismes de famosos. Luego a cenar, y a decidir en familia cuales van a ser los artículos que compraremos el mes entrante. Eso sí, con la ayuda de las ingeniosas publicidades que nos proporciona nuestra nueva TV, que queda muy bonita como centro de mesa.

Mi querido abuelo. Quiero agradecerle de corazón, el empeño que puso en mi infancia para que estudiase los idiomas y demás títulos y masters. Hoy por hoy, puedo decir que soy un hombre con futuro, orgulloso de sus logros así como de sus virtudes.
Que en este año entrante goce de salud, armonía y felicidad.


El Soldaito de Plomo



El Soldadito de Plomo  
Hans Christian Andersen

Érase una vez un niño que tenía muchísimos juguetes. Los guardaba todos en su habitación y, durante el día, pasaba horas y horas felices jugando con ellos.

Uno de sus juegos preferidos era el de hacer la guerra con sus soldaditos de plomo. Los ponía enfrente unos de otros, y daba comienzo a la batalla. Cuando se los regalaron, se dio cuenta de que a uno de ellos le faltaba una pierna a causa de un defecto de fundición.

No obstante, mientras jugaba, colocaba siempre al soldado mutilado en primera línea, delante de todos, incitándole a ser el más aguerrido. Pero el niño no sabía que sus juguetes durante la noche cobraban vida y hablaban entre ellos, y a veces, al colocar ordenadamente a los soldados, metía por descuido el soldadito mutilado entre los otros juguetes.

Y así fue como un día el soldadito pudo conocer a una gentil bailarina, también de plomo. Entre los dos se estableció una corriente de simpatía y, poco a poco, casi sin darse cuenta, el soldadito se enamoró de ella. Las noches se sucedían deprisa, una tras otra, y el soldadito enamorado no encontraba nunca el momento oportuno para declararle su amor. Cuando el niño lo dejaba en medio de los otros soldados durante una batalla, anhelaba que la bailarina se diera cuenta de su valor por la noche , cuando ella le decía si había pasado miedo, él le respondía con vehemencia que no.

Pero las miradas insistentes y los suspiros del soldadito no pasaron inadvertidos por el diablejo que estaba encerrado en una caja de sorpresas. Cada vez que, por arte de magia, la caja se abría a medianoche, un dedo amonestante señalaba al pobre soldadito.

Finalmente, una noche, el diablo estalló.
-¡Eh, tú!, ¡Deja de mirar a la bailarina!
El pobre soldadito se ruborizó, pero la bailarina, muy gentil, lo consoló:
-No le hagas caso, es un envidioso. Yo estoy muy contenta de hablar contigo.
Y lo dijo ruborizándose.

¡Pobres estatuillas de plomo, tan tímidas, que no se atrevían a confesarse su mutuo amor!

Pero un día fueron separados, cuando el niño colocó al soldadito en el alféizar de una ventana.

-¡Quédate aquí y vigila que no entre ningún enemigo, porque aunque seas cojo bien puedes hacer de centinela!-

El niño colocó luego a los demás soldaditos encima de una mesa para jugar.

Pasaban los días y el soldadito de plomo no era relevado de su puesto de guardia.
Una tarde estalló de improviso una tormenta, y un fuerte viento sacudió la ventana, golpeando la figurita de plomo que se precipitó en el vacío. Al caer desde el alféizar con la cabeza hacia abajo, la bayoneta del fusil se clavó en el suelo. El viento y la lluvia persistían. ¡Una borrasca de verdad! El agua, que caía a cántaros, pronto formó amplios charcos y pequeños riachuelos que se escapaban por las alcantarillas. Una nube de muchachos aguardaba a que la lluvia amainara, cobijados en la puerta de una escuela cercana. Cuando la lluvia cesó, se lanzaron corriendo en dirección a sus casas, evitando meter los pies en los charcos más grandes. Dos muchachos se refugiaron de las últimas gotas que se escurrían de los tejados, caminando muy pegados a las paredes de los edificios.

Fue así como vieron al soldadito de plomo clavado en tierra, chorreando agua.

-¡Qué lástima que tenga una sola pierna! Si no, me lo hubiera llevado a casa -dijo uno.

-Cojámoslo igualmente, para algo servirá -dijo el otro, y se lo metió en un bolsillo.

Al otro lado de la calle descendía un riachuelo, el cual transportaba una barquita de papel que llegó hasta allí no se sabe cómo.

-¡Pongámoslo encima y parecerá marinero!- dijo el pequeño que lo había recogido.

Así fue como el soldadito de plomo se convirtió en un navegante. El agua vertiginosa del riachuelo era engullida por la alcantarilla que se tragó también a la barquita. En el canal subterráneo el nivel de las aguas turbias era alto.

Enormes ratas, cuyos dientes rechinaban, vieron como pasaba por delante de ellas el insólito marinero encima de la barquita zozobrante. ¡Pero hacía falta más que unas míseras ratas para asustarlo, a él que había afrontado tantos y tantos peligros en sus batallas!

La alcantarilla desembocaba en el río, y hasta él llegó la barquita que al final zozobró sin remedio empujada por remolinos turbulentos.

Después del naufragio, el soldadito de plomo creyó que su fin estaba próximo al hundirse en las profundidades del agua. Miles de pensamientos cruzaron entonces por su mente, pero sobre todo, había uno que le angustiaba más que ningún otro: era el de no volver a ver jamás a su bailarina...

De pronto, una boca inmensa se lo tragó para cambiar su destino. El soldadito se encontró en el oscuro estómago de un enorme pez, que se abalanzó vorazmente sobre él atraído por los brillantes colores de su uniforme.

Sin embargo, el pez no tuvo tiempo de indigestarse con tan pesada comida, ya que quedó prendido al poco rato en la red que un pescador había tendido en el río.

Poco después acabó agonizando en una cesta de la compra junto con otros peces tan desafortunados como él. Resulta que la cocinera de la casa en la cual había estado el soldadito, se acercó al mercado para comprar pescado.

-Este ejemplar parece apropiado para los invitados de esta noche -dijo la mujer contemplando el pescado expuesto encima de un mostrador.

El pez acabó en la cocina y, cuando la cocinera la abrió para limpiarlo, se encontró sorprendida con el soldadito en sus manos.

-¡Pero si es uno de los soldaditos de...! -gritó, y fue en busca del niño para contarle dónde y cómo había encontrado a su soldadito de plomo al que le faltaba una pierna.

-¡Sí, es el mío! -exclamó jubiloso el niño al reconocer al soldadito mutilado que había perdido.

-¡Quién sabe cómo llegó hasta la barriga de este pez! ¡Pobrecito, cuantas aventuras habrá pasado desde que cayó de la ventana!- Y lo colocó en la repisa de la chimenea donde su hermanita había colocado a la bailarina.

Un milagro había reunido de nuevo a los dos enamorados. Felices de estar otra vez juntos, durante la noche se contaban lo que había sucedido desde su separación.

Pero el destino les reservaba otra malévola sorpresa: un vendaval levantó la cortina de la ventana y, golpeando a la bailarina, la hizo caer en el hogar.

El soldadito de plomo, asustado, vio como su compañera caía. Sabía que el fuego estaba encendido porque notaba su calor. Desesperado, se sentía impotente para salvarla.

¡Qué gran enemigo es el fuego que puede fundir a unas estatuillas de plomo como nosotros! Balanceándose con su única pierna, trató de mover el pedestal que lo sostenía. Tras ímprobos esfuerzos, por fin también cayó al fuego. Unidos esta vez por la desgracia, volvieron a estar cerca el uno del otro, tan cerca que el plomo de sus pequeñas peanas, lamido por las llamas, empezó a fundirse.

El plomo de la peana de uno se mezcló con el del otro, y el metal adquirió sorprendentemente la forma de corazón.

A punto estaban sus cuerpecitos de fundirse, cuando acertó a pasar por allí el niño. Al ver a las dos estatuillas entre las llamas, las empujó con el pie lejos del fuego. Desde entonces, el soldadito y la bailarina estuvieron siempre juntos, tal y como el destino los había unido: sobre una sola peana en forma de corazón.

FIN

¡Santa Claus no lo Sabía!



¡Santa Claus no lo sabía!
Por Héctor Ugalde

No debímos haberlo hecho. Luis, de ocho años, se restregaba inquieto las manos mientras esperaba la respuesta de su amigo. Ricardo, dos meses menor, pero diez centímetros mayor, dejo de jugar con el mecano y volteó a ver a su mejor amigo. Contestó:- ¿Por qué no?- Santa Claus nos va a acusar y todos se van a enojar mucho.- No te preocupes, no lo sabe.- ¿Cómo no va a saberlo? Si Santa Claus lo sabe todo.- No te preocupes. No sabe que lo hicimos.- ¿Cómo sabes que Santa Claus no lo sabe? Ricardo desesperado por la insistencia de Luis, replicó:- ¡Porque yo sé más que Santa Claus! La respuesta de Ricardo no convenció mucho a Luis, pero ya no siguió insistiendo. 

Caminando de regreso a su casa, Ricardo no comprendía la preocupación de su amigo. A Ricardo no le importaba que Santa Claus este año tampoco le volviera a traer nada, ¡la idea de hacer estallar con un cohete el buzón del Director de la escuela había sido fantástica! ¡Cómo había volado el Buzón! ¡Cómo había sonado la explosión! ¡Cómo... En ese momento apareció una ardilla en la banqueta y Ricardo, corriendo tras de ella, se olvidó del asunto. María estaba preocupada. Se acercaba la Navidad y los niños se ponían más nerviosos, cometían más errores y prestaban menos atención a las clases. Pero lo más importante de todo: se ponían tristes, en vez de alegrarse con la llegada de la Navidad. 

Desde que había llegado como maestra hace cuatro años, y le habían explicado la costumbre que tenían de que alguien se disfrazara de Santa Claus, para leer ante todos la lista de fechorías que los niños del pueblo hacían, para castigar a los niños malos y convertirlos en niños buenos; la idea del Santa Claus regañón no le gustaba. María suspiró. Lo que para ellos eran fechorías, para María eran simple travesuras. Para ella no había niños malos ni niños buenos, sólo niños tranquilos, y niños inquietos que no podían contener el bullicio de la vida que tenían dentro. Allí estaba el caso de Ricardo y Mauricio: los niños rebeldes y traviesos del pueblo, o el de Luis muchacho tímido y sensible que lloraba cuando se hablaba de Santa Claus. María no creía que eso fuera bueno para los niños, pero todas sus tentativas de acabar con esa "nueva" tradición habían sido infructuosos. Ricardo comenzó a inquietarse por su amigo Luis, lo veía cada vez más triste y callado.- ¿Qué te pasa?- Nada.- ¿Cómo que nada? ¿Qué pasa?- ¡Te dije que nada!- Somos amigos, así que me tienes que decir qué te pasa.- Nada, el próximo Lunes es Navidad.- ¿Y?- ¡Y Santa Claus les va a decir a todos que soy un niño muy malo, y mis papás ya no me van a querer!- No. Te aseguro que Santa Claus no lo sabe, y te lo voy a demostrar. ¡Te lo prometo! Ricardo no sabía cómo, pero tenía que encontrar pruebas de que Santa Claus no sabía que ellos habían sido los del "Buzón cohete". 

¡No podía tener ojos en todos lados! ¡No podía saberlo todo! Si así fuera, hace dos años Santa Claus lo habría regañado por lo de la miel derramada en el interior de los pantalones de deportes. Creyeron que había sido Abelardo, ese niño raro que expulsaron y se fue a una escuela en la ciudad. Y no le hubiera dado regalos, bueno, el pequeño regalo que le dio. ¡Ni eso le hubiera dado! Pero Ricardo pensaba y pensaba, y no se le ocurría cómo cumplir su promesa. Hasta que llegó el 24 de Diciembre, y decidió resolver el asunto de una manera directa: ¡enfrentaría a Santa Claus cara a cara! Ricardo se situó en un lugar estratégico, una calle por la que a fuerza tenía que pasar Santa Claus, cuando se dirigiera al Kiosco donde cada Domingo tocaba la banda del pueblo, pero cada 24 de Diciembre el show lo daba el gordo Santa Claus. 

Cuando la figura de Santa Claus apareció caminando por la estrecha calle, Ricardo corrió y se interpuso en su camino. Santa Claus trastabilló y se paró en seco.- ¿Qué quieres, mocoso?- Preguntarte algo.- ¿Qué cosa?- Quiero preguntarte si sabes quién puso cohetes en el buzón del director. Santa Claus se quedó un rato extrañado por la pregunta. Después dirigió una mirada furiosa a Ricardo.- ¡Así que fuiste tú, chamaco endiablado! ¡Me lo suponía, pero no estaba seguro! Podría haber sido Mauricio, ese otro monstruo enano que me saca canas verdes.- ¡No lo sabía! Santa Claus ahora sabía que él había sido, pero no importaba, de todos modos por lo de la bicicleta sin frenos no iba a tocarle regalos. ¡Lo importante era que Santa Claus no sabía que Luis le había ayudado! El niño se sonrió y se fue corriendo, dejando al Santa Claus haciendo un berrinche navideño. Ricardo entró corriendo a la casa de Luis. ¡Tenía que darle la noticia! Subió las escaleras de dos en dos y entró apresuradamente en la recámara de su amigo. El cuerpo de Luis colgaba del techo, balanceándose sin vida. Una opresión se formó en su pecho y sintió que se ahogaba. Corrió escaleras abajo, tropezó con el papá de Luis y salió a la calle a tomar aire. Lo único que rondaba en su cabeza era ¿Por qué? ¿Por qué? Seguía sintiendo un nudo en el estomágo y para soltarlo, para liberarlo, comenzó a gritar a media calle:- ¡No lo sabía!- ¡No lo sabía!- ¡Santa Claus no lo sabía!.


FIN

El Gigante Egoísta




El Gigante Egoísta
Oscar Wilde

Todas las tardes, a la salida de la escuela, los niños se habían acostumbrado a ir a jugar al jardín del gigante. Era un jardín grande y hermoso, cubierto de verde y suave césped. Dispersas sobre la hierba brillaban bellas flores como estrellas, y había una docena de melocotones que, en primavera, se cubrían de delicados capullos rosados, y en otoño daban sabroso fruto.

Los pájaros se posaban en los árboles y cantaban tan deliciosamente que los niños interrumpían sus juegos para escucharlos.

-¡Qué felices somos aquí!- se gritaban unos a otros.

Un día el gigante regresó. Había ido a visitar a su amigo, el ogro de Cornualles, y permaneció con él durante siete años. Transcurridos los siete años, había dicho todo lo que tenía que decir, pues su conversación era limitada, y decidió volver a su castillo. Al llegar vio a los niños jugando en el jardín.

-¿Qué estáis haciendo aquí?- les gritó con voz agria. Y los niños salieron corriendo.

-Mi jardín es mi jardín- dijo el gigante. -Ya es hora de que lo entendáis, y no voy a permitir que nadie mas que yo juegue en él.

Entonces construyó un alto muro alrededor y puso este cartel:
Prohibida la entrada.
Los transgresores serán
procesados judicialmente.

Era un gigante muy egoísta.

Los pobres niños no tenían ahora donde jugar.

Trataron de hacerlo en la carretera, pero la carretera estaba llena de polvo y agudas piedras, y no les gustó.

Se acostumbraron a vagar, una vez terminadas sus lecciones, alrededor del alto muro, para hablar del hermoso jardín que había al otro lado.

-¡Que felices éramos allí!- se decían unos a otros.

Entonces llegó la primavera y todo el país se llenó de capullos y pajaritos. Solo en el jardín del gigante egoísta continuaba el invierno.

Los pájaros no se preocupaban de cantar en él desde que no había niños, y los árboles se olvidaban de florecer. Solo una bonita flor levantó su cabeza entre el césped, pero cuando vio el cartel se entristeció tanto, pensando en los niños, que se dejó caer otra vez en tierra y se echó a dormir.

Los únicos complacidos eran la Nieve y el Hielo.

-La primavera se ha olvidado de este jardín- gritaban. -Podremos vivir aquí durante todo el año
La Nieve cubrió todo el césped con su manto blanco y el Hielo pintó de plata todos los árboles. Entonces invitaron al viento del Norte a pasar una temporada con ellos, y el Viento aceptó.

Llegó envuelto en pieles y aullaba todo el día por el jardín, derribando los capuchones de la chimeneas.

-Este es un sitio delicioso- decía. -Tendremos que invitar al Granizo a visitarnos.

Y llegó el Granizo. Cada día durante tres horas tocaba el tambor sobre el tejado del castillo, hasta que rompió la mayoría de las pizarras, y entonces se puso a dar vueltas alrededor del jardín corriendo lo más veloz que pudo. Vestía de gris y su aliento era como el hielo.

-No puedo comprender como la primavera tarda tanto en llegar- decía el gigante egoísta, al asomarse a la ventana y ver su jardín blanco y frío. -¡Espero que este tiempo cambiará!

Pero la primavera no llegó, y el verano tampoco. El otoño dio dorados frutos a todos los jardines, pero al jardín del gigante no le dio ninguno.

-Es demasiado egoísta- se dijo.

Así pues, siempre era invierno en casa del gigante, y el Viento del Norte, el Hielo, el Granizo y la Nieve danzaban entre los árboles.

Una mañana el gigante yacía despierto en su cama, cuando oyó una música deliciosa. Sonaba tan dulcemente en sus oídos que creyó sería el rey de los músicos que pasaba por allí. En realidad solo era un jilguerillo que cantaba ante su ventana, pero hacía tanto tiempo que no oía cantar un pájaro en su jardín, que le pareció la música más bella del mundo. Entonces el Granizo dejó de bailar sobre su cabeza, el Viento del Norte dejó de rugir, y un delicado perfume llegó hasta él, a través de la ventana abierta.

-Creo que, por fin, ha llegado la primavera- dijo el gigante; y saltando de la cama miró el exterior. ¿Qué es lo que vio?

Vio un espectáculo maravilloso. Por una brecha abierta en el muro los niños habían penetrado en el jardín, habían subido a los árboles y estaban sentados en sus ramas. En todos los árboles que estaban al alcance de su vista, había un niño. Y los árboles se sentían tan dichosos de volver a tener consigo a los niños, que se habían cubierto de capullos y agitaban suavemente sus brazos sobre las cabezas de los pequeños.

Los pájaros revoloteaban y parloteaban con deleite, y las flores reían irguiendo sus cabezas sobre el césped. Era una escena encantadora. Sólo en un rincón continuaba siendo invierno. Era el rincón más apartado del jardín, y allí se encontraba un niño muy pequeño. Tan pequeño era, no podía alcanzar las ramas del árbol, y daba vueltas a su alrededor llorando amargamente. El pobre árbol seguía aún cubierto de hielo y nieve, y el Viento del Norte soplaba y rugía en torno a él.

-¡Sube, pequeño!- decía el árbol, y le tendía sus ramas tan bajo como podía; pero el niño era demasiado pequeño. El corazón del gigante se enterneció al contemplar ese espectáculo.
-¡Qué egoísta he sido- se dijo. -Ahora comprendo por qué la primavera no ha venido hasta aquí. Voy a colocar al pobre pequeño sobre la copa del árbol, derribaré el muro y mi jardín será el parque de recreo de los niños para siempre.

Estaba verdaderamente apenado por lo que había hecho.

Se precipitó escaleras abajo, abrió la puerta principal con toda suavidad y salió al jardín.

Pero los niños quedaron tan asustados cuando lo vieron, que huyeron corriendo, y en el jardín volvió a ser invierno.

Sólo el niño pequeño no corrió, pues sus ojos estaban tan llenos de lágrimas, que no vio acercarse al gigante. Y el gigante se deslizó por su espalda, lo cogió cariñosamente en su mano y lo colocó sobre el árbol. El árbol floreció inmediatamente, los pájaros fueron a cantar en él, y el niño extendió sus bracitos, rodeó con ellos el cuello del gigante y le besó.

Cuando los otros niños vieron que el gigante ya no era malo, volvieron corriendo y la primavera volvió con ellos.

-Desde ahora, este es vuestro jardín, queridos niños- dijo el gigante, y cogiendo una gran hacha derribó el muro. Y cuando al mediodía pasó la gente, yendo al mercado, encontraron al gigante jugando con los niños en el más hermoso de los jardines que jamás habían visto.

Durante todo el día estuvieron jugando y al atardecer fueron a despedirse del gigante.

-Pero, ¿dónde está vuestro pequeño compañero, el niño que subí al árbol?- preguntó.

El gigante era a este al que más quería, porque lo había besado.

-No sabemos contestaron los niños- se ha marchado.

-Debéis decirle que venga mañana sin falta- dijo el gigante.

Pero los niños dijeron que no sabían donde vivía y nunca antes lo habían visto. El gigante se quedó muy triste.

Todas las tardes, cuando terminaba la escuela, los niños iban y jugaban con el gigante. Pero al niño pequeño, que tanto quería el gigante, no se le volvió a ver. El gigante era muy bondadoso con todos los niños pero echaba de menos a su primer amiguito y a menudo hablaba de él.

-¡Cuánto me gustaría verlo!- solía decir.

Los años transcurrieron y el gigante envejeció mucho y cada vez estaba más débil. Ya no podía tomar parte en los juegos; sentado en un gran sillón veía jugar a los niños y admiraba su jardín.

-Tengo muchas flores hermosas- decía, pero los niños son las flores más bellas.
Una mañana invernal miró por la ventana, mientras se estaba vistiendo. Ya no detestaba el invierno, pues sabía que no es sino la primavera adormecida y el reposo de las flores.

De pronto se frotó los ojos atónito y miró y remiró. Verdaderamente era una visión maravillosa. En el más alejado rincón del jardín había un árbol completamente cubierto de hermosos capullos blancos. Sus ramas eran doradas, frutos de plata colgaban de ellas y debajo, de pie, estaba el pequeño al que tanto quiso.

El gigante corrió escaleras abajo con gran alegría y salió al jardín. Corrió precipitadamente por el césped y llegó cerca del niño. Cuando estuvo junto a él, su cara enrojeció de cólera y exclamó:

- ¿Quién se atrevió a herirte?- Pues en las palmas de sus manos se veían las señales de dos clavos, y las mismas señales se veían en los piececitos.

-¿Quién se ha atrevido a herirte?- gritó el gigante. -Dímelo para que pueda coger mi espada y matarle.

-No- replicó el niño, pues estas son las heridas del amor.

-¿Quién eres?- dijo el gigante; y un extraño temor lo invadió, haciéndole caer de rodillas ante el pequeño.

Y el niño sonrió al gigante y le dijo:

-Una vez me dejaste jugar en tu jardín, hoy vendrás conmigo a mi jardín, que es el Paraíso.

Y cuando llegaron los niños aquella tarde, encontraron al gigante tendido, muerto, bajo el árbol, todo cubierto de capullos blancos.

FIN

El Santa Claus Verde





EL SANTA CLAUS VERDE.
por: Héctor Ugalde 

  ¡Debía darse prisa!

  El hombre con disfraz de Santa Claus caminaba apresuradamente bufando
por el esfuerzo a que sometía su voluminoso cuerpo. ¡Ya son las seis!
¡y prometí comenzar a las cinco!

  De pronto, al llegar a una esquina, se topó de frente con un Santa
Claus verde.

  Las panzas chocaron, los hombres rebotaron, y el Santa Claus rojo
cayó.

  El Santa Claus verde comenzó a reir Juááááááá Juááááááá Juááááááá
los ojos girando descontroladamente.

  El hombre con el disfraz rojo trabajosamente se puso de pie pidiendo
disculpas, pero al ver que el otro Santa Claus no sólo tenía verde el
traje sino la piel, cayó al suelo desmayado.

  El Santa Claus de color verde, que no era otro que un marciano, miró
al hombre en el suelo, giró los ojos, y rió: Juááááááá Juááááááá
Juááááááá

  El marciano disfrazado de Santa Claus verde leyó la mente del hombre
desmayado. Así se enteró de la costumbre de disfrazarse de Santa Claus
cada Navidad para ir de casa en casa visitando a los niños de cada
familia, y darles un regalo. Tomó el saco de regalos y se encaminó a la
primera casa.

  ¡Era divertido! El marciano llegaba a una casa, tocaba, le abrían la
puerta ¡y entonces comenzaba el show!: las personas se desmayaban,
chillaban o corrían llevándose de la mano a sus hijos.

  Pero en una casa no sucedió lo mismo. Los padres huyeron, pero el
niño se quedó.

  El niño se quedó mirando asombrado al Santa Claus verde que había
hecho salir corriendo a sus padres.

  El marciano acercó su cara verde a la del niño, e imitándolo abrió los
ojos como platos, a continuación giró los ojos, se agarró la panza y rió
Juááááááá Juááááááá Juááááááá

  "¡No! ¡No! ¡Santa Claus se ríe así: JoJoJoJo!"

  El marciano miró fijamente al niño, guiñó un ojo, giró el otro, y
soltó un Juááááááá Juááááááá Juááááááá

  "¡Bueno! ¡Ríete como quieras!"

  El marciano se puso serio, luego esbozó una leve sonrisa, y poco a
poco comenzó a girar los ojos, primero lentamente y después más aprisa
hasta que sus ojos eran manchones borrosos, por último se tiró de
espaldas riendo: Juááááááá Juááááááá Juááááááá

  El niño rió y aplaudió.

  "¿Por qué eres de color verde? ¡Santa Claus es de color rojo!"

  El marciano alzó una ceja al girar un ojo, y manteniendo fijo el otro
se carcajeó: Juááááááá Juááááááá Juááááááá

  "¡Tú sí me caes bien!"
  "¿Cómo te llamas?"

  El marciano se rascó la cabeza, giró un ojo, luego el otro, y rió
Juááááááá Juááááááá Juááááááá

  El niño suspiró y sonriendo dijo:
  "¡Bueno! ¡Te voy a llamar Juááááááá!"

El niño y el marciano salieron a la calle divirtiendose como enanos.
Había veces en que el marciano se teletransportaba desapareciendo de un
lugar, y apareciendo en otro. El niño pensaba:
¡Qué padre sería eso de aparecer y desaparecer a su antojo!
¡Así les ganaría a todos cuando jugaran a las escondidas!

  De pronto llegó la policía.

  Mientras los padres del niño lo agarraban firmemente,
el niño gritaba:
  "¡Yo quiero ir con Santa Claus!"
y el Santa Claus verde fue metido a la patrulla.

  Pero antes de que los policías subieran al auto, el marciano
desapareció. Los policías entraron a la parte de atrás buscando al Santa
Claus verde. En ese momento el marciano apareció al frente, al volante
de la patrulla, arrancó el coche y aceleró.

  Al llegar a un cruce de calles los policías gritaron:
  "¡Alto! ¡Detente! ¡El semáforo esta en rojo!"
pero el marciano en lugar de frenar, aceleró. Los policías sólo vieron
por el espejo retrovisor cómo giraban los ojos del marciano que reía
Juááááááá Juááááááá Juááááááá

  El auto chocó contra un camión, el marciano atravesó el parabrisas sin
romperlo, rebotó en una pared y regresó volando a la patrulla. Luego
activó la sirena, giró los ojos siguiendo el ritmo de las luces de la
patrulla y volvió a reir Juááááááá Juááááááá Juááááááá

  Luego desapareció...

  La ciudad era un caos, el marciano quería ver todo, se
teletransportaba al lugar que deseaba, hacía locuras, giraba los ojos,
y se reía Juááááááá Juááááááá Juááááááá

  Esa noche, justo a la media noche, inició la invasión extraterrestre a
la tierra por miles de marcianos verdes, telépatas, telequinéticos
y locos...

  ¡Ahh! Y disfrazados de Santa Clauses verdes... Pues los habitantes
verdes del planeta rojo resultaron ser daltónicos.

  ¡Algún defecto debían tener! ¿No?

                                  FIN


Cuentos de Navidad

Ya que se acercan las posadas y todo este ambiente decembrino dejo por aquí unos cuentos de navidad que conozco (los que más me gustan y algunos que me leían de niña) aunque Gaby diga que son traumáticos. Agarra tu ponche o tu chocolate caliente, ponte junto a tu arbolito y disfruta...



·         La Cerillera

·         El Gigante Egoísta
·         El Santa Claus Verde
·         El Casca Nueces
·         El Soldadito de Plomo
·         Carta a la Navidad del 2025



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La Cerillera



Qué frío tan atroz! Caía la nieve y la noche estaba llegando. Era la noche de Navidad. En medio del frío y la oscuridad, una pobre niña pasó por la calle con la cabeza y los pies desnudos.
De hecho, cuando salió de casa tenía zapatos; pero no le habían servido mucho tiempo. Eran unas zapatillas enormes que su madre ya había usado: tan grandes que la niña las perdió al apresurarse a cruzar la calle para que no la atropellasen los carruajes que iban en direcciones opuestas.

La niña caminaba, pues, descalza, y tenía los pies rojos y azules del frío; llevaba en el delantal, que era muy viejo, algunas docenas de cajas de cerillas y tenía a la mano una de ellas como muestra. Era muy mal día: Ningún comprador se había presentado y, por ello, la niña no había ganado ni un céntimo. 
Tenía mucha hambre, mucho frío y un aspecto miserable. ¡Pobre niña! Los copos de nieve se ponían sobre sus largos cabellos rubios, que le caían en preciosos bucles sobre el cuello; pero no pensaba en sus cabellos. 
Veía relucir las luces a través de las ventanas; el olor de los asados se sentía por todos lados.
Era el día de navidad y en esta festividad pensaba la infeliz niña.

Se sentó en una plaza, y se acurrucó en un rincón entre dos casas. El frío se apoderaba de ella y entumecía sus miembros; pero no se atrevía a presentarse en su casa; volvía con todas las cerillas y ni una sola moneda. Su madrastra la maltrataría y, además, en su casa también hacía mucho frío. Vivían bajo el tejado y el viento soplaba allí con furia, aunque las grietas más grandes habían sido tapadas con paja y paños viejos. Sus manecitas estaban casi muertas de frío. Ah! ¡Cuanto placer le causaría calentarse con una cerilla! Si se atreviese a sacar una sola de la caja, a rascarla contra la pared y a calentarse los dedos! Sacó una. Ritx! Cómo iluminaba y cómo quemaba! Desprendía una llama clara y caliente como la de una vela cuando la rodeó con su mano. ¡Qué luz tan bonita! Creía la niña que estaba sentada en una gran chimenea de hierro, adornada con bolas y cubierta con una capa de latón reluciente. Quemaba el fuego de una forma tan bonita! Calentaba tan bien!

Pero todo acaba en este mundo. La niña extendió sus pies para calentarlos también; pero la llama se apagó: Ya no le quedaba a la niña más que un trocito de cerilla. Rascó otro, que quemó y brilló como la primera vez; y allá donde la luz cayó sobre la pared se hizo tan transparente como una gasa. A la niña le pareció ver una habitación en la que la mesa estaba cubierta por un manto blanco con finas porcelanas, y sobre el que un pavo asado y relleno de trufas exhalaba un perfume delicioso. Oh sorpresa! Oh felicidad! De repente tuvo la ilusión que el ave saltaba de su plato sobre el pavimento con el tenedor y el cuchillo pintiparado en el pecho, y rodaba hasta llegar a sus piececitos. Pero la segunda cerilla se apagó y no vió delante suyo más que la pared impenetrable y fría.

Encendió otra cerilla. Entonces creyó verse sentada cerca de un magnífico pesebre: era más rico y más grande que todos los que había visto en aquellos días en los escaparates de los más ricos comercios. Mil luces brillaban en los árboles; los pastores parecían moverse y sonreír a la niña. Esta, boquiabierta, levantó entonces las dos manos y la cerilla se apagó. Todas las luces del nacimiento se elevaron y comprendió entonces que no eran más que estrellas. Una de ellas dejó una estela de fuego al cielo.

- Eso quiere decir que alguien ha muerto - pensó la niña; porque su abuela, que era el única que había sido buena con ella, pero que ya no existía, le había dicho muchas veces : "Cuando cae una estrella, se ve que una alma sube hasta el trono de Dios".

Aún rozó la niña otra cerilla a la pared, y creyó ver una gran luz, en medio de la que estaba su abuela de pie y con un aspecto sublime y radiante.

- Abuela! - gritó la niña - Llévame contigo! Cuando se apague la cerilla sé muy bien que ya no te veré más! Desaparecerás como la chimenea de hierro, como el ave asada y como el bonito nacimiento!

Después se atrevió a rozar el resto de la caja, por que quería conservar la ilusión de que veía a su abuela, y las cerillas dejaron ir una claridad muy intensa. 

Nunca la abuela le había parecido tan grande ni tan bonita. Cogió la niña por debajo del brazo y las dos se elevaron en medio de la luz hasta un lugar tan elevado, que allá no hacía frío, ni se pasaba hambre, ni tristeza: hasta el trono de Dios.

Cuando llegó el nuevo día seguía la niña sentada entre las dos casas, con las mejillas rojas y un sonrisa en los labios. Muerta, muerta de frío en la noche de Navidad! El sol iluminó aquel tierno ser acurrucado allá con las cajas de cerillas, de los cuales una había quemado completamente.

- Ha querido calentarse, pobrecita! - dijo alguien.

Pero nadie pudo saber las bonitas cosas que había visto, ni en medio de que resplandor había entrado con su anciana abuela al reino de los cielos.


FIN

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martes, 2 de diciembre de 2014

Lluvia de Imágenes 50 Sombras de Grey (Película)



A poco menos de tres meces para el estreno de esta película la expectativa es muy alta y cada vez van soltando poco a poco imágenes para tener a las fans desesperadas por que el 14 de febrero llegue ya.












Imágenes recientes, Christian Grey en la graduación dando su discurso...









Pot último el video de la canción de la película interpretada por Beyoncé que despertó la polémica tachando al video de agresivo y hasta illuminati. En lo personal se me hace simplemente adecuado para la peli.